23 de agosto de 2011

La JMJ y la moral del rebaño

Algunos me conocen por mi desprecio hacia toda doctrina que promueva una actitud de rebaño lleno de propaganda, sea política, religiosa o de cualquier tipo. Pero entiendo que para muchas personas la creencia en una religión sea una necesidad. Por tanto, y como por mi perspectiva humanista no es mi fin acabar con aquello que mantiene a un individuo esperanzado -aunque no lo comparta-, sabréis que en las siguientes líneas reivindico el papel y el sentido de la religión que tuvo en su origen.

Y es que, tras una semana entera dedicando los noticiarios casi exclusivamente a la JMJ, tengo algo que decir. El descontento que hay para con la religión, sobre todo la cristiana, es por ganarse a pulso que se haya convertido en mero espectáculo. Parecía una representación teatral o una gira de la última estrella del rock y todo el mundo con dos dedos de frente era consciente de ello.

El cristianismo se equivoca al escoger la vía masiva para difundir la fe de la manera en que lo ha hecho y seguirá haciendo. La religión, sea cual sea, es esencialmente un vínculo del individuo con Dios. Y no creo que esa espiritualidad tenga mucho que ver con los confesionarios de quita y pon, los banderines, las tunas, las aclamaciones, los caballos andaluces, los vítores y las recepciones de los políticos.

Todo lo masivo corrompe al espíritu libre de la que soy partidaria. Y la Iglesia ha manifestado en esta última aparición su obsesión por llegar a las masas. Todo ello, como vengo diciendo, está deteriorando el mensaje esencial del cristianismo. Ya se sabe que toda doctrina requiere de un rebaño, así que luego no se quejen si despreciamos, no a Dios como se nos atribuye, sino a que se hagan de ese modo las cosas. La espectacularidad casa muy mal con el mensaje cristiano, una religión que surgió muy vinculada al desarrollo del individuo y a las pequeñas comunidades.

Por un lado, si “todos somos iguales ante Dios” que me expliquen esa tarifa preferencial basada en un descuento del 80% que le han hecho a los jóvenes inscritos para el transporte público. Si es que se la están cargando. Qué demonios, ¡se la han cargado!.

Y por otro lado, el Papa le ha dicho a los seminaristas que hagan caso omiso al espíritu ateo que hay en el ambiente. Vaya, parece que hay pocas ganas de autorreflexión en la Iglesia. Un lugar donde, precisamente, se debería fomentar la meditación y el pensamiento introspectivo y dejar de vomitar tanto sermón. Esta Institución ganaría mucho más si buscase la respuesta al porqué de tal escepticismo, de ese descontento para con la clase eclesiástica.

En el otro bando tenemos al espíritu libre. Éste no encaja en ninguna religión. En el momento en que lo haga perderá por completo su independencia, su más poderosa virtud. Consecuentemente, sus libertades individuales, que le son inherentes y necesarias para su desarrollo, dejarán e ser individuales para pasar a ser propiedad del rebaño.

Un espíritu libre no acata valores creados por otros, sino que es fuente primordial de valores, un espíritu suficientemente fuerte y originario como para cuestionar lo establecido hasta ahora y formarse con contenido propio desde el principio.

Tal como postularon Marx y Nietzsche, pienso que la historia propiamente dicha comenzará cuando el hombre tome el destino en su mano y organice y dirija la sociedad racionalmente, de acuerdo con un plan consciente. Mientras tanto, la historia de la humanidad será la historia de la propaganda. Y que Dios nos coja confesados.

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